
Julian Barnes creció en una familia cuyas experiencias religiosas podría decirse que eran, como mínimo, tenues. Su hermano filósofo, Jonathan Barnes, personaje relevante en este libro, después de ir a un par de servicios religiosos recuerda haberse sentido en ellos como un "niño antropólogo entre antropófagos". Y a la pregunta de como perdió la fe, responde que no la perdió nunca, porque nunca la tuvo. Julian barnes tampoco cree en Dios, pero dice que le echa de menos. Y así comienza este libro que es, entre otras muchas cosas, una irónica y divertida memoria familiar - con vívidos retratos de sus abuelos, sus padres, su hermano filósofo, pero también de sus ancestros literarios, los escritores que le acompañan cada día -, una meditación sobre nuestra condición de mortales y el miedo a la muerte y, finalmente, una intensa, punzante celebración del arte y la literatura.
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